Touching scars

El frío siempre la sorprende. Da igual lo mucho que haya leído, que lo sepa, que ya lo haya vivido antes... Ese preciso instante en que el hielo toca su piel, una corriente recorre su espinazo y un pequeño escalofrío, muy suave, la delata. Pero no se mueve ni un ápice. Mantiene firmemente las rodillas contra su pecho dejando que la aterciopelada toalla cubra el resto de su expuesta marcada piel. 


Nunca sabes donde te van a llevar tus pasos, pero lejos estaba de imaginar siquiera algo como eso. Ella enseñando sus cicatrices voluntariamente, a nada más que un /chupasangre/. Pero cada vez que esos pozos de café le preguntan algo, se siente arrastrada y abocada a darle siempre la razón. 


¿Cuándo le ha dado tanto poder?


El característico olor de limones que entraña el muchacho está asentándose, envolviéndola con suavidad, trayendo consigo viejos recuerdos, de un tiempo que era mejor olvidar. 


Siente el marmoleo tacto recorrer lentamente y con un mimo, que tan extraño se le hace a la rubia, esos rugosos recuerdos plasmados en su piel. Se siente vulnerable y expuesta, tensando el agarre sobre sus piernas, intentando hacerse más pequeña y simplemente desaparecer.


Entonces él hace esa pregunta. Esa simple y corta pregunta. Seguro que pregunta sobre las cicatrices, sobre su origen, sobre cómo sigue viva tras eso, sobre si siguen doliendo bajo la piel... No obstante, algunos fragmentos se cuelan en su mente, esas difusas secuencias donde los cítricos reinan así como la bruma y esa asfixiante sensación. Sin embargo, son otras las palabras que salen de sus labios.


— No. No me acuerdo.


De ellas, no. De quienes las hicieron tampoco. 


Pero de él... De él, de esos ojos dulces, de esa cansada pero sincera sonrisa, de esas incontables quemaduras, de todas y cada una de las estrellas que marcan su piel, de ese atroz acento y esa inagotable ilusión por vivir... De todos y cada uno de esos fugaces momentos que intercambiaron... 


«De ti, sí que me acuerdo.


Y siempre me acordaré.»


Pero no lo dirá en voz alta. No dejará que sus ojos lo digan. No permitirá que haya menos distancia que en ese justo instante en el que ya ha claudicado suficiente. No puede permitir que se acerque, no deben acercarse.


Y sin embargo, el cosquilleo que florece bajo las caricias que deposita sobre sus cicatrices cuentan otra historia. Así como la frialdad de las extremidades ajenas no la incomoda, sino que como si un bálsamo sanador se tratara reconforta los pedazos que quedan de ella. 


Traga saliva con suavidad y entierra la barbilla en sus rodillas cerrando los ojos. Suspira suavemente, resignada.


Será difícil vivir en esa casa.


Sin embargo, no se le ocurre otro sitio en el que quisiera estar.

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