Not knowint each other

El ocaso caía sobre el horizonte, inundando la silueta de los edificios de esa luz anaranjada que vaticinaban los últimos coletazos del verano.


Todo se acaba. Inevitablemente. 


Algo a lo que Jason estaba muy acostumbrado. Y sin embargo, la resquemazon de su pecho cantaba otra sintonía. Fumaba con lentitud en cigarro dejando que aquella despedida perdurara unos instantes más en el aire. 


Otro equipo. Otra estúpida vez.


Cerró los ojos con suavidad, buscando convencerse de que no tenía la culpa, que una vez más era el cruel destino el que había separados sus caminos. Parecía que había alguien que disfrutaba de su soledad.

Aunque físicamente duró poco, porque una figura se posó a su lado, caída del cielo, la cual iba a ignorar. Y el silencio se instauró entre ellos.


— He oído lo de tu equipo. Una putada.


La rubia tampoco lo miraba a él, mientras se preparaba su propio tabaco. 


— Ni fumar en paz puedo ya.


La rubia solo levantó una ceja y le dedicó una pequeña mirada de soslayo que duró unos segundos para volver a centrarse en su tarea entre manos. 


— Sigues siendo igual de insoportable. —Pero se rio ligeramente mientras llevaba el cigarrillo a sus labios para tomar una lenta calada.— Pero no creo que los espantaras.


La mirada del moreno le dejó claro que sus palabras no le gustaba demasiado, pero no titubeó, manteniendo la mirada en el horizonte fumando sin más. También tenía claro que seguramente no se había ido porque ella era la que tenía ventaja en esa azotea. Un gruñido fue la respuesta ajena antes de amagar un gesto para girarse apartarse de la compañía.


— Lárgate.


— Ya me iba, gruñón.— Kara levantó los brazos mostrando las palmas, en señal de rendición. Había ido en son de paz y sin lucir el característico emblema de su familia. 


La rubia conocía esa sensación, ese momento en el que los demás decidían que tienen cosas mejores que hacer que invertir tiempo con ellos, que otro les va mejor. Y también sabía que no es el primer rodeo del murciélago, alguien a quien, por fortuna, no tenía el placer de conocer en demasía. 


Se humedeció los labios dudando un segundo antes de empujarse para saltar y quedarse flotando delante de la posición. Su movimiento tuvo un pequeña respuesta en el moreno, algo sutil, probable inadvertido por cualquiera otra persona. Fue como si durante un momento, no quisiera que de verdad se fuera. 


Kara tomó una calada, aún dándole la espalda, mirando como el sol se hundía definitivamente en el horizonte. Y respondió a las palabras que sabía que él no diría y que una parte de sí mismo pensaba, antes de despedirse con un gesto con la mano y fundirse con la recién instaurada noche.


— No hay de qué, Red. 


[...]


Unos golpes en su puerta llamaron su atención. Pocas personas, por no decir casi ninguna, conocían ese lugar, así que abrió la puerta arrugando la nariz. Seguro que era alguno de sus estúpidos vecinos que venía o a quejarse de algo que seguro que no le competía o a pedirle algo que seguro que no tenía. 


Aunque el moreno que había tras el alféizar no era para nada quién esperaba. Notó como aquellos turquesas ojos recorrían su aspecto tan poco profesional.


Y es que el alborotado pelo rubio que parecía el escenario de una pelea de roedores y aquel trozo de tela andrajoso con algún agujero de más encajaban más bien poco con la imagen de Super que tenia la muchacha. Se encontró con una ceja alzada y una pregunta en su cara.


— Necesito fuerza bruta para una cosa. Y tú necesitas una ducha. —El rey de la simpatía, oye tú.


La rubia bufó y rodó los ojos, haciéndole una peineta antes de girarse de nuevo en lo que casi ni podía considerarse una casa.


— Ah, y tu número, para no tener que volver nunca más a este lugar.


Ella se giró de nuevo con esa pregunta en su gesto, y quizás lo mismo que le llevó a decir esas últimas palabras la otra vez, fue lo mismo que la impulsó a hablar. 


— Dame cinco minutos.— Para ir a perderse a la ducha.

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