Una ciega y una cabra

Sé que hace mucho que no publico nada, tengo que publicar más capítulos de Concededora, pero hoy os traigo un pequeño proyecto, a ver si os gusta.

Hay un zumbido. La cabeza me va a estallar. ¿Y por qué mierdas escuece al respirar?¿De dónde viene el zumbido? Que alguien lo apague de una vez. Y también podrían mandar a la mierda al pájaro carpintero que me le ha encaramado encima o algo.


Suspiro lentamente, aunque es más bien una penitencia. Alguna costilla rota como mínimo. Fantástico. Menos ganas aún de levantarme. Pero sin quererlo ni beberlo me estoy levantando, mejor dicho me están levantando. 


“Eres imbécil”


Esa voz consigue colarse por encima de ese molesto zumbido, esa voz que ya tengo tan por mano, pero suena muy distinta. No es ese bálsamo habitual… Parece rota, estridente, completamente fuera de lugar. Y no puedo evitar sonreír de medio lado, aunque la tirantez me recuerda que debo tener el labio partido.

A pesar de que mis párpados parecen una vieja valla oxidada, consigo abrir los ojos al tercer intento, y aquellos claros borrones toman la más que conocida forma del gesto de Kara, la cual me tiene cogida por las solapas, bueno, si es que los jirones que me cubren merecen ese nombre.

Y la verdad es que es algo perturbador, porque tiene esas vacías urbes fijas en mí, y cualquiera podría desconfiar de su ceguera, pero lo que de verdad llama mi atención son las lágrimas que caen mejillas abajo en el rostro ajeno. He conseguido lo que buscaba: provocarla, alterarla. Sin embargo el precio ha sido alto, ella es mi nueva obsesión, y esto no va a acabar bien.

Y eso queda más que patente al reparar de verdad en el aspecto ajeno. Hay sangre cayendo de la sien, y sus impolutos ropajes blancos tienen un terrible color fruto de demasiadas cosas. Esa estimulante sensación se ha evaporado, y de repente, vuelvo a estar metido en el mismo pozo negro que se traga todo lo que rodea, todo lo que siento, que tan solo deja el dolor y la angustia.

Ignorando el dolor que me provoca moverme, busco el contacto ajeno, no creo que sea capaz de hablar y necesito que deje de moverme. En el momento, parece sobresaltada, asustada, como si no lo esperase, pero lentamente se suaviza su gesto. Me suelta y baja la cabeza suspirando profundamente. Y yo soy la culpa. 

Suspiro pesadamente y no puedo evitar acariciarle la cabeza.


Ella es un ángel.


Y yo un demonio.


Esto es una jodida locura.


Todo empezó hace un tiempo, cuando solo era un travieso demonio que disfrutaba de incordiar a quién se pusiera por delante. Cuando era feliz. Vale, es una mentira, no era feliz, pero mi vida era sencilla. Tan solo era un demonio más, luchando con sus propios demonios internos y la eterna sensación de que vacío, de ausencia. La misma pesadilla de siempre, la cual te lleva a la mismísima locura, a buscar desesperadamente aquello que te hace sentir, aquello que te hace creer que estás vivo. Y después de muchos intento, yo creía haberlo encontrado, error del que me daría cuenta más tarde, pero vayamos en orden. Lo había probado casi todo, que sí drogas, abusos, pero nada parecía funcionar, nada me hacía sentir… algo. Solo quedaba una cosa, con mucho riesgo: incordiar a los ángeles, ángeles menores mayormente. El riesgo radica en que si te equivocas de ángel, las consecuencias pueden ser titánicas, al igual de que si te caza algún demonio superior. 

Los ángeles y los demonios se supone que convivimos en armonía, no en vano somos casi lo mismo, ya sabéis, toda la historia de que Lucifer es un ángel. Aunque no siempre fueron así las cosas, antes esto era una guerra campal, todos contra todos, y como podéis suponer había muchas bajas de ambos bandos. Acordaron no atacarse y son muy severos con aquellos que no lo cumplen. Yo tenía un conocido que lo pillaron, y bueno… Hablo en pasado porque ni idea de que fue de él.

La cosa es que hay me tenéis, encaramado a un árbol junto con otros tres demonios esperando a un grupito de ángeles incautos, para gastarles una broma: lanzarles unos restos en putrefacción encima. Y funcionó, en todos los sentidos. Ellos gritaron escandalizados, intentaba retirarse los restos pegando saltitos. Creo que pocas veces me he reído tanto como ese día, estuve hasta casi a punto de caer del árbol, suerte de tener cola. Pero lo más importante fue que el subidón fue grandioso. Me sentía exultante, que no cabía en mí, me sentía vivo. Había encontrado la solución. A partir de ahí mis días se basan en buscar esos encuentros, en tramar algo mejor, algo más fino y esquivar las reprimendas. Lo que yo no sabía era que todo iba a cambiar el día que conociera a Kara.


Como día era uno vulgar y corriente, nada a destacar. Yo estaba con Roy, un demonio igual de colgado que yo, que resultaba que esto de molestar ángeles también le gustaba, o quizás le gustaba yo, nunca se sabe con los demonios hiena. Y lo teníamos todo dispuesto, hoy tocaba un grupo de ángeles menores, nada a destacar. Iba a ser una broma clásica, volviendo a mis orígenes, con los restos putrefactos. Y todo salió muy bien, cayeron completamente en la trampa, y empezaron a hacer ese gracioso numerito de ángeles. Esta vez Roy sí se cayó, así que muy a mi pesar, tuve que interrumpir mi ataque de risa para sacarlo de ahí, no nos interesaba que supieran quiénes éramos. Oculté mi rostro con las sombras y me adentre para sacar al pelirrojo. Pero casi me cayó del susto cuando lo primero que veo al abrir los ojos después de saltar es una cara, y no precisamente la de Roy. Era uno de los ángeles del grupo, y parecía que me miraba fijamente, lo cual era casi imposible, hasta que repare en los ojos. Era ciega, o al menos lo parecía, porque como nos pongamos a hablar del sexo de los ángeles quizás morimos antes, así que me tomo la licencia de considerarla mujer, por el bien de la narrativa.

¿Por dónde íbamos...? Ah, sí, nuestra primera vez. Cuando se me pasó el susto inicial, por lo de mirarme, me di cuenta de algo todavía más importante: no estaba montando un numerito, sino simplemente estaba ahí de pie como si no hubiera pasado nada. Era en cuanto al menos curioso porque de verdad iba cubierta de una sustancia asquerosa, que hasta había provocado vómitos en algún compañero suyo. Pero lo peor no fue eso. Lo peor fue que me sonrío. Sí, lo sé, no me veía, yo además estaba en camuflaje, y todo lo que queráis, pero en ese momento os prometo que hubiera jurado por todo lo que conozco que era pequeña sonrisa iba directa a mí, una discreta y dulce sonrisa. Cogí a Roy y nos largamos de ahí, sin darme cuenta de que mi mundo acababa de cambiar.


Esa ángel en ese sencillo gesto había conseguido colarse hasta lo más hondo de mi cabeza. Todo eran dudas… ¿Sería ciega de verdad?¿Me habría visto?¿Por qué no gritaba?


¿Por qué me sonrío…?


¿Y por qué no se lo he contado a nadie?


La verdad es que estaba a un pie de caer en la más completa locura, no podía parar de hacerme las mismas preguntas y lanzar millones de hipótesis, la mayoría sin sentido ni uno. Pero intentaba seguir con mi vida, con las travesuras. Sin embargo ya no era lo mismo. Era raro pero ya no me sentía tan bien, era… ¿fácil?¿insustancial? Quizás es que era previsible, quizás tenía que probar algo más, más riesgo… Pero cada vez que intentaba pensar en algo, volvía a ver esa estúpida sonrisa, y volvía al bucle de preguntas sin respuesta. Y lo probé varias veces, incluso alguna rozaba el suicidio la temeridad a la que me sometí, pero se había ido esa sensación, ya no era la solución a mis preguntas. ¿Qué era lo que había cambiado? Seguían siendo bromas, ingeniosas muchas de ellas, clásicas y de nuevas, ángeles estúpidos y patéticos… No lo entendía y me costó entender que no habían cambiado ellos, sino yo. Ya no me interesaba asustar a tontas colegialas, había encontrado la horma de mi zapato, un verdadero reto. Y así empezó mi odisea para conseguir encontrar y molestar a aquella ángel ciega.



Comentarios

Entradas populares